La presentación del libro de Quijano ha sido un éxito de tal envergadura, que he sacado la foto de mi casa de Mojacar para no caer en ninguna tentación extraña. Para dejar claro que es antes la vida que la política; que es antes lo legitimo que lo ilegitimo, que dijo Bono antes de meterse el auditorio en el bolsillo. Estvo muy bien Lucas, y entrañables Justino Duque y el alcalde Bolaños. Magistral Juan Vicente Herrera. Ha cogido ya una aire a Pertini o a la reina madre y no creo que le saquen de la presidencia ni aún con un buldoger. Yo encantado. Ese señor se ha ganado su prestigio a pulso. De cualquier forma, a mi el que me gustó de verdad fue Joaquín Leguina que es un caballero a la vieja usanza, distante y cortés hasta que se cita un libro que le guste y entonces se entrega y da gusto verle entregado, tan elegante como preciso. Del libro se habló poco, pero yo creo que es mejor, que los libros encuentran a sus lectores por los conductos secretos por donde transita el tiempo.

Con la foto, vuelvo enseguida a mi lugar lejos de las autopistas de la fama. Se ve la sierra, sierra Cabrera, los dos picos por donde amanece, huelo el mar que está del otro lado, huelo los libros que me están esperando, el azahar de los naranjos, la humedad de los greenes, huelo los guisos de jabalí y los lomos de atún a la plancha. Huelo la vida y me doy cuenta de lo estupendo que estar vivo a cuatro días de salir de viaje a la misma hora de ir a trabar, mirando como la mañana se va abriendo camino de la mancha.

Cuando miro la foto, la presentación del libro cobra su verdaero sentido. La pretensión de un gesto amable en medio de la barbarie a la nos quieren condenar estos pesados.

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