tradiciones

El agua del manantial que anima la tradición no es otro que la sangre. La sangre tiene razones que hacen engordar las venas. De esas razones, profundas y poderosas, se nutre el pálpito de la tradición por el que las gentes hacen cientos de kilómteros, se disfrazan y ponen sus cuerpos al borde del sufrimiento para lograr un placer fundacional que les lleva directamente a sus orígenes. Algo tan rarro como cierto.
El otro día, el miércoles santo, según la tradicional forma de decir, estaba el editor a la puerta de la iglesia de San Esteban viendo arracar las procesión de Judas , que lleva de segundo paso la oración del huerto que durante tantos años debió sacar mi padre que en secreto prefería el San Juan y , aún más, el ritmo trágico de las turbas.
Varado en medio del humo provinciano , sin que me llegara el pellizco por ninguno de los resquicios clásicos, sin sentir ni siquiera algo especial por la suave mantequilla de la tarde ( algunas tardes son como de mantequilla ) ví a dos mujeres (anteayer adolescentes ) acercarse a saludar , primas de no se quién , con el gracejo cercano de la familia.
Fue al mirarlas a la cara cuando saltaron todos los seguros. En su rostro estaba la cara de mi madre, la que pudo ser la madre de mis hijos, mi hermana, mis parientes desconocidos. Mi sangre.
La tradición es eso. Un pasadizo que nos conecta con todo lo que fuimos y lo que nunca llegamos a ser. Con todo lo que vendrá cuando nosotros no seamos.
Cuando Germán , el hijo de mi primo, me contaba sus emociones al oir el silencio del miserere roto al final por la locura de los turbos me estaba hablando de lo mismo:
Algo que sonaba el él sin él.

Pd.- El jueves se presenta en el Thyssen de Madrid » La Luna de Artemisia «. El editor estará allí gozando de lo que queda del día.

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