La televisión inglesa, la prensa del corazón y el mundo del fútbol en toda su extensión tiene la vista puesta en estos días, sin perder el más mínimo detalle, sobre el capitán del Cheslea y de la selección inglesa, John Terry. Hace un tiempo al padre del espléndido central le sorprendieron trapicheando con droga en los accesos de una estación de metro, y semanas después detuvieron a su madre robando en unos grandes almacenes. En los últimos días ha salido a la luz un episodio amoroso en el que Terry oficiaba de protagonista junto a la novia de un compañero de profesión. Ante el cúmulo de despropósitos en el que se estaba convirtiendo su vida, y lo que es peor, su cerrera deportiva, John respondió ayer de la única forma posible, jugando un partidazo, tumbando al Arsenal y dejando la liga en un concierto para dos tenores, ellos y el Manchester United.
El asunto en enlaza con la más pura tradición del viejo fútbol en las islas. Todavia recuerdo la entrevista a Ian Rush en la televisón italiana años desupúes de la tragedia de Heysel. A la conclusón el presentador urgó en los recuerdos del delentareo centro y le preguntó por lo que guardaba en la memoria de aquellos dramáticos momentos:
Que nos fue penalty, respondió seco el ídolo de Liverpool que había perdido un cero contra la Juventus en aquel maldito partido.
George Best un genio que acabó en el infierno de fuera de los estadios contestó años más tarde a un impertinente de los tabloides:
Así es. Me gasté el noventa por ciento de lo que gané en alcohol y mujeres. El resto lo dilapide malamente.
El fútbol es uno de los últimos teritorios vírgenes para los cazadores de bisontes. Las plataformas televisivas y el dinero están intentando robar los huevos de la gallina. Quieren sustituir los arpones por misiles. Hablan de comercializar el fútbol. Van listos.
Siempre anda deseando uno que le traigan un manuscrito sobre fútbol. En vez de eso viene los escritores de cajas de ahorro con biografías de las saeta rubia de turno. No saben ni lo que vale un peine.