En los agostos , el editor lee a Cervantes. Aún mas, solo El Quijote, y cosas de la vida de Miguel que es un hombre entrañable, duro como el acero, frágil de apariencia , conocedor de las ofensas de la vida. Pocos como él supieron de la fuerza del destino. En esta, nuestra época, todavía hubiera sufrido mas. Lo mediático le hubiera golpeado fuerte. Leer a Cervantes es un intento para conservar la salud mental, aunque a uno le den tentaciones de desatinar, defenderse del mundo a base de desatinos y quedarse en pelota, frente al oscuro barullo de los cuerpos que nos imponen.
Para leer a Cervantes, claro, hay que tener la llave. Con la llave uno va y viene por la estancias cervantinas como si estuviera en casa y puede mecerse en la prosa de los grandes capítulos, en una especie de siesta infantil de la que solo puede despertarte el padre. El editor tiene la llave de Cervantes y la guarda con celo hasta que llega agosto, o cualquier otro pequeño agosto del año, y en entonces abre y se ventila todo.
Cada grande tiene su llave y de algunos no la tenemos, así que para nuestra desgracia nunca hemos podido parar en Proust , ni en Andersen, por ejemplo. Uno admite la carencia, intuye lo que se pierde , pero no se enfada. Con la edad se aprende el truco:
no intentar abrir con una llave la puerta de otro.