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Ayer estuve dando un paseo por el cementerio. Hay cerca de la tumba familiar, en la que ya hace años que esperan mi padre y mi hermana, un mausoleo muy particular, siempre con flores de plástico en amarillo y una alegoría del cazador que debió ser el hombre con dos galgos y una liebre en medio, todo muy blanco como la piel de los niños cuando se ponen malitos. No me acuerdo bien de la leyenda que tiene porqué a mi me gusta la que contaba Trapiello que se había encontrado por Extremadura:

» ya te dije que estaba enfermo «.

A mí padre se le partió el corazón por un resfrior que pilló en el campo y a mi hermana se la llevó el sida tras muchos años de tontear con los caballos. En la tumba de al lado, también en amarillo, otra familia con apellidos cerrados de los que suelen salir en los sumarios, da noticia de su tragedia con muertes de 15, 20 y 21 años.
A estas alturas siempre les pongo una rosa como a los míos o a Julián que es mi preferido.
Antes echaba cuentas. Tres por uno, me decía. Cuanto dolor, chacho. Ahora ya siento que el tiempo lo va igualando todo.

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