El pasado lunes tuve la suerte de ver una orquesta alemana atacando un «todo» Wagner con una mezzo que hace tiempo pasó ya la frontera de las promesas. La orquesta de la radio de Berlín ofreció un sonido redondo, depurado a conciencia, eficaz y solemne que nos permitió adentrarnos en el siempre inquietante y perturbador mundo del músico mas poderoso que quizás haya existido nunca. Unos graves que parecían salido del temblor íntimo de la tierra y unas explosiones de color y fuerza perfectamente controladas hicieron que saliéramos del joven auditorio como recién llegados del corazón de la Europa profunda. Luegos nos fuimos a casa para ver el debate.
La mezcla desde luego fue desafortunada. En vez de una copita de cava y una canapé de salmón que ofrecia como opción el sentido común, allí que fuimos para los hogares invadidos por la actualidad en su versión mas grosera. Me parecíó grosero el candidato y me dió vértigo, como siempre, el presidente. Metidos en el papel que les habían dictado sus perros de presa, no se saltaron el guión ni una sola vez , al menos en la media hora que yo estuve hasta que me venció la modorra esa tan particular nos ataca cuando las cosas suceden sin las ideas. Sin las ideas somos huérfanos de solemnidad. Sin la cultura somos huérfanos del todo.
Hoy no tengo ningún concierto, ni nada. Desamparado, dejado de la mano de Dios, tendré que enfrentarme al debate y claro el día se está poniendo duro desde el principio.
Si me preguntaran les diría eso: que la cultura sirve para afrontar con éxito las ofensas de la vida.