Me dice una periodista en una de esas entrevistas rápidas que tengo fama de pijo porqué ando siempre a vueltas con las formas. Pretender que un editor no ande a vueltas con las formas es como tener tos y acostarte con la abuela, pero, enfin, hay que contestar y luego esperar que te traduzcan, como hacían los padres jesuítas en los viejos colegios. Le contesto que las formas esrtructuran los fondos y me traduce que a mi me gustan mucho los ceremonias que es verdad, por otra parte. A lo que vamos; antes la educación tendía a la confusión con la urbanidad y ahora tiende a confudirse con la normalidad y con la falta de formalidad, de tal manera que el educado de este tiempo parece ser quién logra que no lo señalen, huyendo de cualquier forma delatora. Poco mas o menos lo que se pretendía en la mili o en las campos de exterminio, según cuentan los sociólogos de las instituciones totales. En la buena educación actual la forma no debe aparecer, la uniformidad debe presidir el ejercicio. Mi amigo el marqués de Quintanar me lo explicó una noche ante mi inoportuna pregunta sobre el atuendo para una cena a la que me invitaba:
— en mi casa nunca ha habido nada informal, Julio. La afirmación me aclaró el panorama para siempre.
La educación es la forma. La forma con la que nos defendemos de las ofensas de la vida. Los recursos con los que contamos para sacarle a la vida la bondad que lleva dentro. Yo me apaño con el paso de las estaciones, el deporte y los libros. Esa fue la herencia me dejó mi padre. La buena educación con la que me preparó para abordar las entrevistas rápidas de los nuevos tiempos.
Los editores a veces son conscientes del secreto.