De cualquier forma yo me tapo en Agosto con la manta de Cervantes. Decía Bloom que lo que mas le gustaba del Quijote era la cantidad de conversación que tiene. Frente a los monólogos, a las largas reflexiones descriptivas o la distancia del narrador, la conversación entre el hidalgo y Sancho. Uno las recorre como sus viejas ciudades conocidas con un sentimiento de estar en casa, con un calor humano familiar y único. La conversación con el amigo, la charla certera y cotidiana, la dejadez de la tertulia cuando se dicen cosas en medio de magníficos silencios.
Dos profesores de Alcalá publicaron hace años un estudio estupendo sobre Cervantes y la Berberia. Una de sus hipotesis mas atrayentes presentaba la posibilidad de un Cervantes enamorado de aquel territorio de posibilidades y encuentros multiples donde hacían fortuna unos y otros, sin importar orígenes y creencias. Solamente pudo detener la conversión de aquel hombre, especialmente dotado para las distancias cortas, la pobreza de una lengua franca en la que todos se entendían pero era inviable la conversación, el encuentro entre las almas. Esa pasión por la conversación está seguramente en la base de la historia mas hermosa que yo conozca.
El hombre echa de menos la conversación y el editor un buen texto de crítica literaria. En resumen, candiles que iluminen la escena por donde la vida pasa. El tiempo, todo lo que tire como un anillo al agua, que dijo el poeta.