Ha sido un fin de semana muy literario. Ha nevado sin parar durante dos días en esta ciudad impar que cuenta con tantos escritores. Abiertamente hemos tenido que buscar refugio en la letra impresa para aguantar el temporal y las histerias. Yo tenía una novela renqueante, de esas que te hacen sentirte culpable porque no puedes con ella y hace unos años ( muchos ya ) su autor te saco de los apuros graves del domingo por la tarde. La novela esta habla de la amistad, una amistad que se va cargando en el tiempo, primero en el Berlín anarquista, luego en guerra fría de la Stasi y finalmente en la locura del maligno y las torres gemelas. Una historia de amistad normal y corriente, llena de ternura, cercanía, emotiva batalla de los héroes y la normalidad….. He terminado por no colcarla ni siquiera en su sitio. Se ha quedado por ahí tirada junto a las cartas de los bancos y las multas de la hora.
Menos mal que tenía en la memoria una historia del viernes que ha funcionado como la vieja manta que nos ponemos cuando estamos leyendo algo importante. Resulta que borrando correos me encuentro con uno de Noviembre, sin leer, en el cual una persona cercana con la que uno pasa momentos de desencuentro me había dejado su mensaje. Se llama regalo y dice :
» Mañana es mi santo y aunque no suelo celebrarlo quiero pedirte un pequeño regalo. No se lo que ha pasado ni quiero que me lo cuentes, si tu no quieres, pero me gustaría que todo volviera a la » normalidad»; que me llames por mi apellido, que me pidas caramelos o monedas para el coche, que vuelvas a contarme cosas. Ni pido más. «
Es tan hermoso que merecería una novela. Lo otro, no. Por favor, ya basta.