Un autor muy amable me hace llegar un manuscrito de relatos cortos con el afán de publicarlos. Tienen oficio como tantos otros , se ve que están medidos para gustar, guarda sus correspondientes faltas de ortografía que tanto distancian al lector, y se van de la memoria tal y como han venido. Nada. Sin embargo hay entre ellos un relato bellísimo, de una bondad insondable, algo enternecedor que me ha dejado boquiabierto. ¿ Sera de verdad del mismo dueño? ¿ Lo habrá robado ? ¿ Será una traducción ? ¿ Lo habrá escrito Rodolfo, mi amigo argentino?. Seguramente no. Será algo más sencillo. Se le habrá ido la mano como en volandas, guiado por alguién que está en él pero sin él. Alguién que lo habita en su profundidades.
Seguramente sin que lo sepa nunca el autor ha sido visitado por la literatura. Durante el tiempo en el que escribió el relato hubo en él un temblor particular, una vecindad con la vida, un murmullo secreto como de agua. Nadie podrá escupirle aquellos versos tan duros del mejor Cervantes : y luego, in continente,/ caló el chapeo, requirió la espada,/ miró al soslayo, fuese y no hubo nada./