Por razones que se nos escapan el invierno deja pasar el tiempo agazapado para saltar sobre la pieza. Si no fuera por la sorpresa continua de ver que no hay luz cuando uno termina la primera parte de lecturas por la tarde, sin pasar de la seis, como Dios manda, el cuerpo diría que no y que estamos quietos decidiendo si vamos camino de Mojácar o a punto de cerrar la madriguera y abrir la despensa donde guardamos nuestras provisiones de resistencia.

Estamos atentos, lo cual no quita para que con la manta a la cabeza hayamos pasado un par de días en Cuenca siguiendo el curso del Júcar, verde guardia civil que decía Fernando Zóbel, hasta llegar al Recreo Peral donde, desde el puentecillo, puede verse pasar la vida, mientras las hojas del otoño caen planeando, como si llevaran mensajes de jóvenes enamorados. En una pequeña roca, con único rayo de luz que iluminaba el mundo, había un patito tomando el sol. El tiempo y yo nos paramos un momento.

Habíamos ido a cerrar las presentaciones de Juan Bustamante y de su libro » Envios «. Gente amable, hospitalaria y lista ( el Director ) de la Universidad Menéndez Pelayo nos acogió y nos cedió la palabra que nos nosotros utilizamos gustosos. Lo hemos pasado realmente bien con este libro, con las presentaciones, con la amistad que se ha ido afianzando, con la levedad de las cosas y con la bondad del autor. Luego nos fuimos a tomar unos vinos tres generaciones juntas y nos dieron un tomate bien rico. El resto, fuegos de artificio.

Volvimos corriendo a Valladolid para presentar » El tiempo de los emperadores extraños» de Ignacio del Valle, una novela de Alfaguara, amparada por el premio de unas librerías importantes que han decidido intervenir en serio en este emputecido mundo del mercado. Un verdadero regalo. En medio de un universo de amateurs, donde los que se dicen solitarios nos han enterrado un perro, la gente profesional, los del oficio, traen siempre el aire fresco, como si fueran representantes de manzanilla por las rancias tierras de los campos. Los profesionales andan de puntillas, preguntan sobre todo, se acuestan pronto y tienen cogido el aire a los bolos, de los que se alivian sin ginebras y sin aspavientos.

Retengan ustedes el nombre y el apellido. A veces las vida consiente en que se ajusten las cosas del destino. Afortunadamente suele hacerlo en el territorio fértil del oficio. Con los escritores de cajas de ahorro, ni se para.

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