palabras

En buena medida la literatura se alimenta de palabras destiladas.
En la ciudad levítica donde vive el editor todavía nos han llegado las nieblas. El otro día por primera vez la mañana tenía escarcha, pero frío y sol no hace daño a nadie. Lo otro, la niebla, puede matarte sino andas listo y es mejor buscar el refugio de la tradición que andar haciendo el hostia por los ismos. En la ciudad del editor la gente toma vinos por las calles para ahuyentar las nieblas y el destino. Las palabras que robe en un bar, escuchando, fueron las siguientes:

— no nos puede tocar eso. Doce mil millones pueden matar a una persona humana, dijo uno.

— a una persona puede ser ¿ pero a nosotros ?, sospechó el segundo.

— yo es que he perdido mucha capacidad de gasto, sentencio nostágico el último.

Cada una de esas afirmaciones estaba destilada. Cada palabra había pasado por su corazón de constructores. En cada reflexión cabía una historia.

Las pocas novelas que el escritor recibe están llenas de muertos asesinados, pistolas y mujeres de dos yemas. A las novelas que uno recibe les faltan palabras. Una sola palabra puede provocar un terremoto.

Llevó ahora en el coche una cinta de Dulce Pontes que me ha grabado Olga Carretón que está cuidando del libro de Jesus Quijano. Hay un fado que se llama » lágrima». Solo oir los primeros acordes, escuchar nombrada la palabra, me lleva en vena a quién me recuerda, con quién la sintonizada y quién me llevaba al cine para ver si viendo » Sostiene Pereira» se me pasaba.

Las palabras, ya se sabe, tienen nostalgia del cuerpo.

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