Velázquez

Entre la estación de Atocha y el Museo del Prado se encuentran los diez minutos mas hermosos de mi visión de Madrid. El Museo de Antroplogia donde trabajara Julio Caro, la cuesta Moyano, el jardín botánico y el propio museo. En algún lugar de ese trayecto dormí yo con mi padre en casa de un amigo suyo de camino a no sé dónde. Es una de las noches más enigmáticas de mi vida cuyo secreto me ha perseguido siempre. Vamos a Madrid desde el corazón de la pequeña ciudad para ver a Velázquez. El editor no ha visto a Velázquez más que en fotografía. De alguna forma ha sido un hecho voluntario. Una reserva de edad para no ver las cosas antes de tiempo. No hay tristeza mayor que la del adolescente subrrayando el Quijote en el autobús para presentar un trabajo  de colegio.
Velázquez el pintor de aire. El pintor sin color, ni escuela, ni antecedentes. El pájaro solitario que dijo de él Romón Gaya. Velázquez que ni pinta desesperado por el reconocimiento, ni por el éxito, ni por dinero. Velázquez sin yo, al servicio de la Corte y de la vida. Velázquez alejado de la realidad siempre en busca de la verdad etérea, de la fugacidad, del instante. Hombre quieto, con la quietud trágica de los que se saben portadores de un don que no tiene otro camino que el de ser liberado. Alejado de los problemas de composición , de iluminación, de prespectiva, Velázquez el pintor de pintores, el mejor pintor de la historia va y vine por la cotidianidad haciendo realidad esa fuerza íntima y poderosa que tiene la fragilidad allí donde se encuentre. La fragilidad de algo es siempre una buena noticia sobre su salud interior. Sobre su esencia.
Vemos el cuadro de los borrachos y la mirada se va sola hasta el tazón blanco que contiene un vino tinto que se mueve en los bordes a punto de equilibrio , vemos las lanzas y nos apartamos un poco caballón de la derecha que es la única figura que se muestra de culo y sin dotes de respeto. Vemos las hilanderas, los personajes de placer, los retratos reales sobre el aire inequívoco de Guadarrama. Vemos y volvemos a ver hasta desemocar en la sala ovalada, grande, majestuosa. A la izquierda están las meninas. Algo sucede en mí muy dentro. Estoy a punto de caerme, noto que no voy a poder resistir las lágrimas. Desde la distancia justa me choco con la realidad de una de las mayores obras artísticas de la humanidad. El aire de familiaridad, la realidad doméstica del ambiente no hace sino resaltar el logro. El pintor ha atrapado la vida en un instante. Cualquiera de los personajes va a irse en cualquier momento del cuadro. Hay que contener la respiración par vivir el instante. De verdad les digo que ha sido el impacto artístico más grande que he recibido nunca. La conmoción de un alma que estaba deseosa del reencuentro. Por que , ahora lo entiendo, yo dormí en aquella noche, en el  secreto de Atocha, donde los amigos de mi padre que me dieron de cenar una tortilla francesa y un vaso de leche en casa de Velázquez.

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