Impotencia y poder

Beethoven compuso la séptima sinfonía y se empeñó en dirigirla el mismo el día de su estreno con resultados trágicómicos. Es decir que la gente se rió de él y admiró su descomunla talento. Nada nuevo. Por entonces ya había escrito a sus hermanos :

» Dotado de un temperamento ardiente y activo, fácil a las distraciones de la sociedad, debí apartarme de los hombres en edad temprana, pasar mi vida en solitario. Si algunas veces quise sobreponerme a todo, !oh cuán duramente chocaba con la realidad renovada siempre de mi mal !. Sin embargo no me era posible decir  : ! hablad más alto , gritad porque soy sordo !.

La impotencia desconecta de buena parte de la vida a quién la padece. Rompe el curso natural de los acontecimientos. Coloca extramuros de lo que se cuece a la víctima. Produce en ella un aislamiento que, a su vez , genera una dinámica. No se trata de un hecho aislado, un mal sueño, si no de una seña de identidad inesperada. A mi entender no es que Beethoven no quisiera dar noticias de su sufrimiento, era algo peor ; tenía por incorporado ese  dolor íntimo como quién lleva una lentilla tras una operación de cataratas.
Beethoven pretendió salir de su zozobra a martillazos. Sacó lo que llevaba dentro a pesar de que su arte era la música y él era sordo. Dejó páginas tan bellas, tan profundas, que siempre nos parecen conocidas. Como un viejo amigo, como un familiar querido.
Pero el genio, ese día , además, quiso el poder. Sabía lo que quería. No puedo imaginar algo más poderoso que dirigir, tener en tu mano, la voluntad de una orquesta atacando el último movimiento de la séptima sinfonía. Estos pardillos, estos ladrones, estos apestosos los que , encima, subvencionamos, creen que el poder es cuadrar un presupuesto millonario, celebrar un Consejo de Administración en la India, mandar despedir a doscientos hombres para limpiar balances de convergencia. Estos cretinos no tienen ni puta idea de lo que es el poder. Beethoven si. Por eso se arriesgó hasta el ridículo.
El pasado viernes oí la séptima a una orquesta centro europea de empaque: la sinfónica de Castilla y León. Se han ganado el equívoco a pulso. Creo que hay muy pocas orquestas españolas que puedan sonar tan redondas. Dirigió un señor ruso que no hizo un solo gesto de balde. Sacó todo lo que los músicos llevaban dentro, asumió el poder y lo ejerció de manera total, sin concesiones. Sin buscar nada a acambio. Fue realmente excepcional y la ovación atronadora.
Impotencia y poder, ya les digo.

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