Detrás de estos fríos duros y con hielo se guarda la promesa de un tiempo mejor llamado primavera. Hay en estos primeros días de enero una luz nueva, sin usar, una limpieza de todo, un fulgor de estrellas, como de mantequilla que anuncian en su fragilidad el tiempo de conejos. Pocos lo ven, porque para ver hay que haber visto. La clave de las estaciones es su repetición, saber que en el territorio de la repetición se mueven los milagros.
Si uno va por la calle y mas allá de la noticia del termómetro callejero escucha las palpitaciones que vienen de los árboles, de los pajarillos, de los brotes de los almendros, de la tamuja del pinar, de los solecillos rápidos y generosos de las tres de la tarde, si escucha, puede que oiga el rumor de la vida que viene e ir reservando hotel para ver las floraciones extremeñas y las madrugás de Cuenca con el San Juan por las calles.
Hay que estar atentos. Despertar. Dejar de vivir en la estúpida promesa de lo sueños. Lo que hay esta aquí, susurrándonos al oído.