Las primeras horas de la mañana del sábado resultaron complicadas. Había un aire duro que enseguida se convirtió en viento. La temperatura no arrancaba y con el jersey se estaba cómodo hasta en casa. La gente buscaba el sol sin disimulos mientras esperaban inquietos la apertura del supermercado del barrio. Nadie quería decirlo pero todas las miradas estaban puestas en el calendario: en agosto , frío al rostro.
Luego se fue encalmando poco a poco. Por el medio día, sobre la una, se detuvo todo, y entre pinares buscamos el mejor sol para hacer unos estiramientos largos, muy lentos , que nos llevaron en volandas hasta la mesa.
Comimos en el jardín de la casa de José Antonio, con la niña, una crema de calabacín, tomate y un poco de carne. Bebimos Pruno, una maravilla de 10 euros, sorpresa en medio del corazón de la ribera de los ricos, y tomamos café de Perú que había tarido Pilar en uno de sus viajes.
Fue entonces cuando nos dimos cuenta que estaba sucediendo algo. Se estaba tan bien que se nos permitió atrapar el tiempo, detenerlo un poco.
Cuando nos volvimos para ver como caían unas manzanas notamos que la luz era mas densa; que se había vestido. Que el sol no abrasaba, que solo calentaba; mejor en la espalda que en los ojos. Vimos con claridad que ya no era lo mismo. Que el viento de la mañana se había llevado lo anterior y había traido lo nuevo. Otoño. Todavía en medio de Agosto las primeras noticias del otoño ya no ofrecían dudas salvo a los necios.
Así, la vida. Todo son noticias del otro lado para el que este preparado y vea.
Ya les digo, Otoño. Un doblez del tiempo.