En la fase de preparación de un nuevo libro, el asesor principal, un militar profesional, un maestro del sentido común, me cuenta una anécdota sobre el dolor del mundo, la vieja cuestión judía:
» Estábamos un día varios oficiales y gente de tropa haciendo tareas preparatorias en un campo de tiro. Había allí tres o cuatro perros, fieles compañeros de recorridos, atentos a nuestras necesidades, silenciosos y eficaces. Cerca ya de la hora de comer, el mando nos dice que se acaba de ir el veterinario y que hay que sacrificar a unos de ellos, por una dolencia irreversible, con mucho sufimiento. Que le han puesto un calmante largo y que se acercara alguién a terminar con el asunto. Cualquiera, da igual. Hay que darle una buena muerte al bicho. Todos asentimos y nadie se movió. Se hizo una largo silencio. Nos mirábamos las pistolas, los fusiles, los cetmes de los soldados. Silencio. El mando insisitió y la situación se fue haciendo cada vez más densa. Finalmente alguién se encaminó solo por la senda que llevaba a las perreras y al poco oímos unas detonaciones secas mantenidas por el eco. Tardó bastante en volver. Llegó descompuesto, rígido. Se tomo tres vinos seguidos y dijo que se iba para casa. No se encontraba bien, argumentó seco».
Sobre la ética del rostro escribió muy Levinas un autor tan brillante como olvidado. Dejó páginas soberbias sobre la violencia de matar, sobre la maldición que pesa sobre el que mata, sobre el único imperativo moral que ha recorrido la antropología cultural: no matarás.
» Resulta difícil entender al terrorista. Ya es difícil matar un perro, aunque sea por su bien, como para segar la vida de un hombre. En un ascensor, mientras juega la partida, paseando por la calle, en presencia de su mujer…..».
«Terror y terrorismo», creo que es el título que le dió Julio Caro Baroja a su aportación sobre el asunto.
Yo me pasé la noche oyendo las voces bíblicas: Caín, Caín …….