Mayo se ha consolidado como el mes de las comuniones. Tanto que los meús de hosteleria ya han alcanzado el precio de las bodas y los padres han terminado por su cumbir a la posibilidad de quedarse cortos, que es una de las peores tentaciones para cuidar las plantas. Ea.
Hace unos años ( ya va para bastantes ) hablar de la familia era entrar en el territorio del descrédito, la regresión, lo cursi y sobre todo del pasado. Tras sortear de forma heróica el desierto del paro, las trágicas muertes de la droga, el inútil vendaval de la modernidad y el pensamiento débil, la familia hoy resulta un pilar cercano para hablar del futuro que se nos viene encima. Nada como dar tiempo al tiempo. En el la familia, como quizás en ningún otro sitio, puede verse, con localidad de privilegio, los dos mayores espectáculos del mundo; el nacimiento y la muerte ligados por el secreto quehacer del crecimiento y la decrepitud. Sentados en las mesas de las comuniones un asiste atónito al paso de la vida y a la gravedad del paso de los años.
Las comuniones, cada vez mas, son un rito de nuestra época tan necesitada de ceremonias. Ese es el rito, el mito es que se trata de algo esencialmente religioso dominado por gente de negro carente de la mínima urbanidad, reñidores de la tribu, fuertes con los débiles y débiles con los fuertes. Atrincherados tras sus micrófonos quieren quedarse con lo que no es suyo, ayudados por su cabos de varas, sin nadie que les conteste, sin nadie que les diga que están meando fuera del tiesto.
Están por venir las nuevas novelas que hablen de esto. Por el momento los escritores que se acuestan con el éxito siguen insistiendo con el santo grial. Pero no es esto, no es esto.