Al final de una de las novelas de moda (» La ternura de los lobos» ) hay un par de páginas realmente emocionantes. Como si la joven autora quisiera dejar constancia de que ella es algo más que una simple conocedora del éxito, ragala una perla única, un delicado recuerdo de lo que pudo ser su obra. Me hace pensar en un par de casos, desde luego. Bueno, a lo que vamos. Su personaje, a punto de morir, encuentra la lucidez y reconoce la vida con su amada que nunca existió:
» Ahora se abre ante Donald un tunel muy largo, y él tiene la sensación de estar mirando a través de un telescopio invertido que hace las imágnes mas pequeñas pero muy nítidas. Un túnel de años. Él mira con asombro: al final del túnel ve la vida que habría tenido con María: su boda, los hijos, las peleas, las pequeñas desavenencias. El contacto de su cuerpo. Se ve a si mismo anciano y a María llena de vitalidad. Discutiendo, escribiendo, leyendo entre líneas, diciendo la última palabra. No parece mala vida. María nunca conocerá la vida que habría podido tener, pero Donald la conoce. La conoce y está contento. Y Donald no pronuncia el nombre de María, ni dice nada más».
Durante años yo mismo jugué un juego parecido; me imaginaba a las personas que iba a conocer, su familia, sus amigos, los hogares donde vivían, el rostro que tendrían, con la seguridad de que todo iba a pasar en las próximas semanas cuando se inagurara el tiempo estival y yo me pusiera en viaje como viajan los jóvenes, con la convición de que las persosnas valen mas que los lugares.
Con los años he invertido el sentido del juego. Juego a imaginar como serán en realidad las personas que conozco. Que sentirán en el fondo donde nunca he estado. Que aspiraciones tendrán, que deseos íntimos alentarán sus vidas tan cercanas y tan lejanas. En que punto se producirá nuestro próximo encuentro y sin en él seremos capaces de acercarnos.