Nuestros viejos se van cerrando la boca para no ingerir mas alimentos, mueren de pena al no recnocer pasado ni futuro, se averguezan de las fiestas que les montan para que bailen los pajaritos y se les acaban las mentiras para explicar la ausencia de sus hijos. Viéndoles se diría que se ha producido un fallo en el sistema del tiempo, que se han cumplido sus sueños y han sido condenados a vivir enternamente.
He pasado el fin de semana por los laberintos de Adriano y la elegancia de Marco Aurelio, intentando oler que había en su vejez, procurando intuir que quisieron en sus horas duras, cuando ya no lograban reconocerse sin la angustia del vértigo. Ni siquiera los emperadores hubieran soportado tanta necedad.
Bernardino Marcos, mi entrañable guía gastronómico, mi amigo, me cuenta que el compañero de habitación de su suegro durante su larga enfermedad navideña se maneja finalmente con dus únicas expresiones: gracias y me cago en Dios. ! Que dureza ! ! Que remisión a las profundidas del ser que pueden resultar inhabitables !
Es lo que mas me jode. Erre que erre. Borrachos de muerte, sin dejarnos hablar de lo nuestro.