Otra vez me vuelve el cuadro de Chardin como en volandas. » Le lisant » , creo que se llama. En un conocido artículo el crítico George Steiner insiste sobre la formalidad , el revestimiento para la ocasión que ha elegido el filósofo para dedicarse a su tarea. El hombre está leyendo. Tocado incluso de un bello sombrero – una prenda de respeto- con los cinco sentidos puestos en el texto, el lector, lee. El mundo ha quedado suspendido. Nuestro hombre lee en el corazón de la casa, sin ruidos, sin otras personas que entren y salgan de la estancia. Hay en su quehacer una plenitud que parece arropar el mundo. Da la impresión de estar haciendo lo que quiere hacer. Algo tan extraño en nuestro tiempo.
He pasado el fin de semana leyendo. Gozando de los varios rincones de mi casa al efecto me he introducido una novela italiana titulada » La acabadora » de una madurez impropia, un relato realmente excepcional que deja tanto por decir como lo dicho. He terminado una de las obras que sabes te van a dejar marcado para el resto » La vida entera «y he sacado » El Quijote » de su sitio para afrontar el tránsito de agosto. En varias ocasiones he sentido que la vida merecía la pena por lo que estaba haciendo. Mientras el airecillo de las primeras horas de la mañana me daba en la cara y el libro se me caía entre las manos he bendecido las cosas como les gusta hacer a los agradecidos.
Entre medias tenis, vinos y comida hecha por uno mismo. Juncal en la última hora del domingo.
Y un milagro: el recuerdo certero de que en la madrugada del viernes paseando por una ciudad hecha de barrios, en el territorio grande y provinciano , miré al cielo para buscar estrellas y me encontré bajo el manto de los plátanos verdes mecidos por un viento suave que llegaba directamente de la infancia.
Algo que sonoba en mi sin mi.
En el cuadro LE PHILOSOPHE LISANT de Chardin, además del reloj de arena y el sombrero hay dos detalles más que llaman mucho la atención. Uno de ellos es el amarillo brillante de los "dos botones dorados" que muy juntos cuelgan de la manga y el otro, "el plumín".
Seguro que marcará con tinta aquellas palabras que le impacten de verdad, como antes hicieron otros y ahora hacemos nosotros.