La maldad se esconde por los entresijos de las cosas. Debajo de los adoquines donde otros intuyeron playas, la grosería, la falta de atención y de cuidado, minan el mundo en una labor de zapa que pocos conocen. En toda separación, en cualquier disturbio, en la zafiedad, habita la muerte con la que hay que tener las relaciones justas.
Una vez que se han visto las nubes por dentro ya no hay quién ciegue la iluminación de los bajos fondos, y el amor deja de ser una aventura para convertirse en un anuncio. Cuando se pasa por las nuebes , cuando se abren a nuestro paso, uno tiene la sensación de haberse hecho viejo sin remedio alguno.
La vida se sostiene desde la bondad que es la encargada histórica de mantener el embrujo del mundo. Cuando alguien llega y descorre las nubes para que podamos mirar por dentro, sabemos de la existencia del maligno. Son los bondadosos, pues, los imprescindibles. Los encargados de velar porqué no sabemos ni el día ni la hora.
Trapiello tituló así un volumen de sus memorias. Dentros de unos días vendrá a presentar la novela del incesto y le preguntaré por todo esto. Seguramente tengamos suerte. Habrá mucha gente y se me olvidará el asunto.