De la mano de uno de esos espíritus realmente mensajeros(el arquitecto Carles Martí) que aparecen en medio de las catástrofes he tenido acceso al corazón de un asunto que me venía rondando desde hace meses: el hogar como orígen del mundo.
» Originariamente, home significaba el centro del mundo, no en el sentido geográfico, sino en el ontológico. El hogar era el centro del mundo porque era el lugar en el que la línea vertical se cruzaba con la horizontal. La línea vertical era el camino que hacia arriba llevaba al cielo y hacia abajo, al reino de los muertos. La línea horinzontal representaba el tráfico del mundo, todos los caminos que van de un lado a otro de la tierra hacia otros lugares «.
Los que no tenemos hogar vivimos en un mundo perdido, desorientado, formado de fragmentos. Los que tenemos, un piso, una hipoteca o un alquiler, vamos y venimos a ningún sitio. Como los enfermos, estamos expatriados, nos levantamos para librar una batalla en busca del orden perdido. Como el enfermo, los que no tenemos home sabemos la importancia de lo cotidiano, la necesidad de la lentitud, la promesa de las estaciones, la grandeza de lo frágil. Parece mentira que hayamos perdido una vida intentando dar con lo que estaba tan cerca.
El otro día estuve viendo un partido de fútbol en casa de unos amigos. Gente humilde, del sur, hospitalarios, aficionados de postín. Queso, vino y unos langostinos que habíamos llevado para el descanso. Cuando fui al baño y vi los cepillos de dientes, los albornoces, las cremas y las colonias, en tan perfecto desorden supe que aquello era algo mas que un piso.
Y soñe que me invitaban siquiera como postizo.