El otro, el que no soy yo. El único capaz de reconocerme. En estas dos afirmaciones, en su desarrollo moral, se esconde el corazón de la ética en la medida en que nos impone como valor primordial el ser otro para los otros. En fin , cosas de judíos que dirían algunos. Ya no se habla mucho de todo este problema que ocupó tanto la literatura europea tras las guerras y que dió lugar a páginas inolvidables como las de Levinas sobre la ética del rostro que me vinene ahora a la cabeza. Esas páginas están condenadas a los exámenes de estado, cuando menos.
Pero no voy a eso. Lo que me impresiona es el encuentro con un otro que podíamos ser perfectamente nosotros. El enfermo que no ha tenido suerte, el que se dejó vencer, el gordo que era tan buen extremo en el colegio. Sobre todo el que ha logrado ser el que debía ser, siquiera desde nuestra humilde posición de observadores. Leer el artículo que podíamos y debíamos haber escrito nosotros, firmado por otro, cuando la envidia ha desaparecido de la escena, lejos de deprimirnos nos llena de orgullo y de satisfación. Nos da ganas de llamarle por teléfono, decirle que somos de la misma edad, que cursamos los mismos estudios, que la sensibilidad nos solpla del mismo lado; que gracias a Dios que el ha podido escribir lo suyo y que me siento representado en el resultado. Que él ha sido un otro para mí y que le estoy preofundamente agradecido. Leyendo una página de Enric Gonzalez sobre el calcio italiano, sobre un forofo en particular, sobre una pancarta en su honor, he pensado en todo esto. El había escrito lo que yo debía haber escrito y me rconocía en ello. El otro, ¿ me entienden ?.