cordialidad

Llueve. Llueve sin parar desde hace un par de días en esta ciudad impar que espera ya la llegada de la niebla. Llueve con buena temperatura, unas veces mansamente y otras racheado, con fuerza, con gotas gordas que van borrarndo los últimos garbanzos del verano y anuncian la navidad, siempre sorprendente como las participaciones de loteria en los bares de los barrios. Llueve.

En estos días siempre llegan noticias de enfermedades y contratiempos. La gente que tiene lo suyo se arruga y se vuelve a sus cuarteles del dolor, a sus dudas, a mirar el mundo con susto y olvidar la alabanza de los días y las noches. En estos días el prójimo aparece con frecuencia y a veces se nos hace cargante y otras veces directamente insoportable.

Hay que ser delicados con el prójimo no porqué cueste poco sino porqué hay que ser conscientes de que no somos nuestro prójimo por simples cuestiones de azar y que yo podría ser el o ella, con la facilidad de lo biológico que siempre asombra cuando llega. Con el vivir uno aprende la cantidad de posibilidades que hubieran podido ser casi en cada momento y la casualidad de lo que es. Visto así la cordialidad, al menos, debe ser la norma de la casa. Tenemos la obligación de ser cordiales y debemos tener la ambición de ser amables. Ser otro para los otros.

Yo, como editor, solo aspiro a que mis libros sean gestos amables en medio del tumulto de los tiempos.

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