Hemos estado en Barcelona presentando el libro de Juan Arnuncio, un clásico. Los escritores que se precien – ! que decir de los editores ! – tienen que ir alguna vez a Barcelona y presentar un libro porque es como si te pusieran la antitetánica.
El acto fue en una sala preciosa del arquitecto Carlos Ferrater con unas cincuenta personas, un par de copas de cava y un queso delicioso. Habló Carlos Martí una de las voces mensajeras de la época que viene, un tipo de una vez que comenzo citando el inicio de Aub: la maté porqué era de Vinaroz. Luego nos llevarona tomar un dray Martini por allí cerca y a cenar tan ricamente. Por la mañana temprano paseo por las ramblas y luego la exposición grande de Soroya para terminar viendo el mar desde Monjuit. Por la tarde avión y a casa mientras atardecía por los pinares de Segovia.
Viene uno vacunado, lleno de sentido, sintiéndose vecino del otro, sabedor de la gente de bien, hombro con hombro, juntos. Cataluña es la amabilidad elegante. El resto, cursis interesados, los peores.
Yo sería partidario de la obligación de visitar una gran ciudad cada tres meses. Por decreto. Descontado de la nómina. Contra la barbarie, un poco de ensanche. Ya se ha dicho:
las habitaciones pequeñas hacen las cabezas pequeñas.