La primera parte, bien. Mucha tertulia de familia, final de tenis de Germán, el hijo de mi primo, buenas cañas y eso. Por lo profesional, nada. En vez de liarnos con la maqueta nos fuimos al museo para hacer unas fotos a un cuadro de Torner y ver si nos enseñaba su espacio nuevo en la iglesia de los paules. Tampoco. Nos quedamos en el museo, tan limpio, con su orden tan profundo, con la convicción propia de los que saben que quieren enseñar. Seguían allí colgados los colores de Guerrero, la elegancia de Zobel, las miniaturas de Mompó, los verdes llovidos de Sempere. Fue tan bonito que le dije a Segundo que no quería mas y que mejor dejar que el turisteo llenase el puente de San Pablo. Fue un rato estupendo.
Como iba a nevar decidí venirme el domingo por la mañana pronto para ver los paisajes marrones hasta Tarancón, con la tranquilidad de ir solo y despacio. También pensaba mejorarlo con radio clásica. No hubo manera. En vez de clásica el locutor iba a anunciando música jóven , étnica, militar, contemporánea. Un desbarajuste.
A eso tenían que dedicarse los escritores. A intentar que las palabras buscaran su acomodo. A nombrar las cosas de acuerdo a su sentido profundo. A decirlas como que fuera la primera vez que alguién las dijera en medio del mundo. Al pan, pan y al vino, vino.
Pocos se entregan a tan necesaria tarea.