Diagnosticado de cáncer de pulmón, sin intervención quirúgica posible, declinó el tratamiento de quimioterapia que le ofrecieron y sin irse a Huston a hacer el hostia, cerró la tienda, se retiró a su pequeña habitación, fue dejando de leer y escribir progresivamente pero mantuvo su presencia hasta el último momento. Según me cuentan nadie le oyó una queja, dejó de hablar para manejarse en exclusiva con las sonrisas, fue despidíendose sin aspavientos del mundo que le rodeaba hasta que hizo mutis con el plauso cerrado y unánime de los que tuvimos la suerte de conocerle. Ya se ha dicho pero conviene recordarlo: nosotros cerramos los ojos a los muertos y ellos nos los abren.
A mí me impartió oficialmente una asisgnatura necesaria que entonces se llamaba sistemas sociales y cuidó con delicadeza extrema de que fuera rellenando mis lagunas mas llamativas. Mucha etología, mucha ética fronteriza y mucha filosofía del derecho. No consiguió casi nada pero me hizo disfrutar del conocimiento como yo solo creía que se pudiera disfrutar con el fútbol.
Pero fundamentalmente me enseñó a disgnificar la diferencia. Me mostró la dificultad de ser diferente y la vocación que suele tener la diferencia para convertirse en tragedia. Me mostró como la cotidianidad es el terreno preferido del héroe y como se puede ser un sabio jugando la quiniela con un grupo de alumnos de la universidad de la experiencia. La fraternidad como gran patrimonio y la gratuidad como forma de ejercerla. Frente a los carroñeros del sentido común que cobrán a medio millón sus intervenciones de psicólogos él admitió su paga de emigrante en las docenas de intervenciones públicas en las que dejó atónito a su auditorio y sólo se permitió un chiste en la historia de su actividad docente. Aquel libro que tituló: ¿ Es cristiano ser mujer ?.
Ha muerto Emilio García Estévanez, el maestro. Mi corazón se ocupa ahora en destilar el agradecimiento.