amapolas

A estas alturas de mayo, pasado San Isidro, tan campero, los campos de amapolas resultan de una evidencia indestructible. Yo los tengo fechados muchos años a finales de abril y siempre nos sorprenden, porque a diferencia de los almendros aparecen antes de lo esperado, sin hacer fuerza, con la conmoción de la primavera que se impone con la edad, por encima de la bondad del otoño. Los campos de amapolas guardan la fuerza de las cunetas, la juventud de los márgenes, la resistencia de lo frágil. Pocas cosas me hacen sentirme tan vivo como los grandes campos de amapolas en la mitad de estos campos hondos y desleales de la Castilla profunda. Cuando me los encuentro entre abril y mayo, me viene la conciencia de la vida, el milagro del crecimiento.La dulce religión de las cosas pequeñas.
El campo, hay que mirarlo acompañado. A pesar de que la literatura tenga la tentación de buscar la representación del paseante solitario, nada mas preciso que una pareja quieta en un alto mirando la bondad del mundo. Un hombre solo una muer / así tomados de uno en uno/ son como polvo no son nada /, lo dijo el poeta. La elección del acompañante por las estaciones de los años, por los campos de amapolas, por el viento de garbí y sol de mayo, es un milagro. El acompañante otorga el sentido. Sin él nada es lo mismo. Los campos de amapolas nos los recuerdan cada año. Son lecciones que están ya en nosotros.
El editor tiene una colección bajo el título de » cosas del campo » que es un clásico español sobre el asunto. También Plá, claro. Pero nada parecido a la pasión inglesa por el naturalismo. Quiero decir que los libros del editor son bonitos. De verdad que son bonitos , pero les cuesta mucho llegar a su destino.

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