Vengo de la pequeña ciudad donde he visto terminado el libro sobre Claudio Rodríguez que presentamos en Zamora cuando termine noviembre. Un libro elegantísimo, británico, en tela, con un papel que solo admite poemas memorables como bien dice Juan Manuel Rodríguez Tobal en su delicado prólogo. Doy un paseo por el Huecar, me tomo un guisqui con Segundo en la tienda, nos alegramos de casi todo y despacio, gastando el tiempo, paso por el puente de San Pablo para llegar, por el parador, hasta el auditorio.
Un poco por delante me doy cuenta que baja la mujer que actúa de monstruo en la entrada de la catedral por las mañanas, sin un brazo que se llevó de un escopetazo su amante loco, un pecho al desnudo y gritos que resuenan en la frontera de lo patético. Baja la mujer tranquila, con un aire sosegado que le resulta propio y se para en un banco del paseo del río para darse un masaje en los pies doloridos por el trabajo. Se ajusta un poco la vestimenta, deja caer un suspiro y comienza la subida al barrio donde vive. La imagino deseosa de llegar a casa, ponerse las zapatillas y hacerse un huevo.
Lo cotidiano; he aquí el verdadero territorio desconocido. ¿ Que hacen los etarras cuando solos, sin amigos que jaleen, vuelven a casa donde espera la madre enferma ? ¿ Piensan en las hipotecas ? ¿ Tienen un minuto para sentir como les alcanza el tiempo ?
Esta dicho: aquí lo heroico es ser normal. Andar y andar los caminos sin nadie que te entretenga.