maldades

Las maldadades suelen hacer poco daño e iluminan la escena. Se trata de una opinión muy sesgada, desde luego, pero hay que defender de vez en cuando estos dobleces del lenguaje, los márgenes donde a veces se toman un respiro las palabras.
Las maldadades a las que me refiero carecen de dueño, son como galgos que corren por los campos sin liebre alguna, bengalas en medio de la noche que ilumninan un rincón, un instante y luego nada, como en el soneto de Cervantes.
Corre en estos días una maldad que señala al presidente del Gobierno en relación con Sabino Fernández Campos y su entierro. Según la maldad, Zapatero dijo que no iba a la ceremonia porque apenas había conocido a Sabino y alguién tradujo enseguida que el leonés no iba porqué no sabía quién era el asturiano. Iluminador, cuando menos. Otra:
El editor se encuentra a la espera de consulta de urologia en un gran hospital de los que te quitan el nombre ya en los ascensores. Está allí aguardando a que le digan lo que no quiere oír, asustado, intentando con todo pase pronto. Se llega hasta el servicio para arreglarse un poco la calva y se encuentra con un grafiti tonto, de los habituales de la sordidez y el descaro:
» al final todos venimos a parar al mismo sitio «.
Lo bueno era la firma: Saramago.
Disculpen el atrevimiento.

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