Una de las pruebas de mayor fiabilidad para catar a un hombre estriba en preguntarle por su mes preferido del año. Si le contestan que abril puede entender como segura su madurez, esa forma de estar en la vida por encima de los que digan los periódicos.
Abril es la consumación de la promesa que venía con la luz de enero. En la fragilidad de abril, en los chaparrones de su fragancia, se esconden el azahar de los naranjos y el fulgor de los ojos de la mujer que amaremos para siempre. Tiene el mes los día sin contar y en cada esquina de su geografía está escrito que pue suceder un milagro. Es tiempo de preparar macetas y jardine s domésticos, de sacar del armario cubasqueros de colores y cintas para el pelo. Desde sus horas se va dejando atrás el cabo de Hornos del invierno y se vienen encima como un regalo los arroces con verduras y conejo.
El hombre que conoce estos pequeños trajines del alma que se dan en abril – en primavera como estación de madurez por encima del romanticismo del otoño – es un hombre con el que puede usted hablar de todo.
Las páginas de Plá con respecto a los días de abril y al martini coctel son de lo mejor que he leído. Quedarán por encima de la novelas históricas y de las famosas. Quedarán con la fragilidad de una gota de agua resbalando por la flor de un almedro.
Llega abril, los señores a los nuestro.
A mi también me gusta Abril. Su dramática fragilidad se disimula en la frivolidad de las flores. No son frivolas las flores, pero juegan a parecerlo, como todo lo bello que se dismula en lo bonito.