lugares 2

Algunos lugares carecen de otro encanto que no sea el que les otorga su lealtad y su constancia. Están ahí, varados en el tiempo, sin horario, disponibles para que al llegar a ellos sintamos la enorma capacidad para sostener el presente que tiene la nostalgia.
Hay un lugar en Tarancón, un mesón atemporal, humilde y serio, que me ha visto pasar a tomar algo de niño, de tonto, de adulto y de ahora, que todavía no sé como se nombra mi nuevo estado. Me ha visto camino de las bodas , bautizos y entierros familiares. Me ha visto pasar camino de Mojácar, siempre acompañado de los míos. Nunca he entrado en el establecimiento del brazo de un extraño.
Tienen la elegancia de reconocerme sin necesidad de los abusivos modos del conocimiento. Nunca ha habido pregunta alguna, ni confianza hosteleras. El señor, por el que ha ido pasando el tiempo sin estridencias, me deja caer alguna frase amable y otro terrón más de azucar, por si acaso.
¿ Qué, de camino ? , me dice y se retira discreto.
A veces doy en pensar que sería de nosotros sin los lugares. No hablan , ni escuchan ni tienen sentimientos. Parecen que están ahí como si tal cosa, pero en el corazón sucede lo contrario. Los lugares nos hablan de nosotros mismos porqué nos han escuchado, nos han acogido desde que comenzamos a ir y venir por la gran mentira del tiempo.

2 comentarios

  1. ¿Es el lugar o es el tiempo al que nos traslada aquél lo que le da valor?

    Esto, como reflexión que me planteo, es casi de mercadillo, pero me permite enlazar con la frase del editor sobre la "enorme capacidad para sostener el presente que tiene la nostalgia" (bonita frase). Y yo añado… sí pero, pero, pero y qué decir de su enorme capacidad para la decepción, para desubicarnos (todos hemos caído en ese pozo que es el volver a un lugar, llenos de ilusión, y descubrir que ya no es lo que recordábamos o que ya no existe, etc.).

    Uno es nostálgico y gusta de atesorar momentos, sin embargo, al mismo tiempo quisiera hacerse presente absoluto, para ser más feliz, evitando ese andar a dos aguas entre la añoranza de lo que no volverá y la incertidumbre de lo que quizás venga.

    En el fondo digo esto porque envidio al editor. Me lo imagino sentando en ese huerto de Mojácar del que habla en otro texto y me da rabia no estar allí, no tener un lugar así.

    Siguiendo con mis razonamientos de todo a cien… ¿puede compartirse un lugar? ¿Podemos hacer que alguien -una nueva pareja por ejemplo- llegue a hacer suyo uno de nuestros lugares de antes de conocerla? ¿Podemos contagiar en otros la ilusión propia por un lugar?

    L.Q.

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