Paseo a primera hora por los rios que conforman la pequeña ciudad. En la desembocadura del uno con el otro me paro un poco a ver como los patitos de las últimas camadas aprenden a meter la cabeza bajo el chorro de agua fresca que baja por la pesquera. Me estoy allí quieto disfrutando del espectáculo de su movimiento. Al volver entro en una exposición de fotografía. Están Lastrigue, Munkacsi y otros. Hay una frase que abre la muestra:
«El instante ocupa un espacio estrecho entre la esperanza y el lamento y ese es el espacio de la vida «.
Buena parte de mi vida tiene que ver con el esfuerzo , aún desdichado , para cazar instantes.
El instante aparece allí donde ha sido suspendido el tiempo. En él no hay pasado ni futuro. Lo que uno ve en el instante, lo que hace , es esencialmente moral. En el instante carecen de sentido las justificaciones. Damos cuenta de nosotros mismos en la fugacidad de ese tiempo suspendido. Pegar a un perro o estrechar la mano de un moribundo son ejemplos de lo que digo. Quién pega a un perro está maldita y tiene cerrado su vientre. Quién da la mano a un moribundo será bendita y la vida anidará en ella en el momento justo.
Instantes. Los cazaderos de instantes están allí donde los hombres van a pegar el grito. Palabras que suenan en nosotros como si fuera la primera vez que han sido dichas. Palabras que suenan en nostros como un arroyo. En los instantes duermen las vidas no vividas y las que están por venir. Por encima de todo en los instantes puede vislumbrarse el mayor espectáculo del mundo: la unidad de las cosas.
En los instantes , enfin, no existe el anacronismo. Nadie se encuentra a la intemperie. Nadie puede ser alcanzado por el único animal que mata huyendo: el tiempo.
Algo pobre pero cierto; la bondad contra el tiempo.