INDICIOS

En un recodo del paseo, en un almendro viejo, me topo con uno de los primeros brotes de lo que viene. Son unas yemas minúsculas, blancas de azahar, todavía no aptas para el tacto. Han salido estos días tan tibios y luego han tenido que resistir la sorpresa de las heladas tan imprevistas para ellos, tan brutales. Sobre cada una de las yemas hay una gota de agua, gotas frágiles, como si se fueran a caer de un momento a otro. Pero están ahí, resisten y forman unas diminutas composiciones bellísimas en medio del paisaje del invierno. Son indicios.
Afortunadamente la vida en el campo está llena de indcios. Los brotes nos hablan de un febrero que está a la vuelta de la esquina con sus tres o cuatro días en mangas de camisa, sorprendidos ante la fuerza de la vida. Luego florecerán los almendros y parecerá como si de una nieve de juguete se tratase. Vendrá después abril, el mes de Sevila, el mes que yo más quiero. Abril cargado de pequeños regalos, de promesas íntimas y flores diminutas; las flores de las cunetas. Las cunetas, los márgenes como territorios preferidos de la vida, siempre tan provisional, tan auténtica.
Se acaba el año. Se sabe que en cada muerte suele haber un nacimiento. Nada más cruel y verdadero. Tenerle miedo a la verdad, cambiar de acera cuando nos la cruzamos es como querer cambiar de camarote en el Titánic. Ya se ha dicho.
Que el destino les sonría. Si no, háganle frente, peleen con él hasta que les muestre los indicios de vida que lleva ocultos en el saco.

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