En medio del barullo generalizado de canapés y autoridades, un niño de unos doce años se acercó a la caseta y le dijo a su madre que le comprara » Elogio de las Estaciones «. Para convercerla leyó en alto el inicio y al oirlo el escritor enmudeció y notó como le temblaban las piernas. El escritor le dijo al niño que nuca había pensado que el libro fuera para él pero que se rendía a la evidencia. El niño dijo que daba igual porque a el le gustaba mucho. Desde fuera la escena tenía un toque mágico, de mucho corazón. El editor pensaba que se parecía a la literatura.
Poco más. Salen unas maravillosas mañanas de Abril, mantequilla pura, con verdes recién regados por los ayuntamientos democráticos. La gente sigue tomando copas por la noche.
Un saludo.