El Ayuntamiento de Aguilar de Campoo ha dado un homenaje a mi hermano Javier por su labor de programación y difusión del teatro de calle. Fue una cosa delicada y elegante con una actuación de un bailarines colgados del campanario de una bellísma iglesia románica, unas palabras sentidas y un vino rico con algo de pinchar.
Mi hermano ha dedicado su vida, desde que dejó sus brillantes estudios de medicina, a la tarea de llenar las calles de colores y danzas, músicas y mimos, liberando el espacio de las ciudades para que niños y grandes fueran felices de balde desde Córdoba a San Sebastián, pasando por Valladolid y Aguilar, por lo quer veo. Siempre he pensado que a mi padre, e incluso a mi abuelo, les hubieran gustado mucho verlo y vivir el orgullo de que uno de los tuyos se dedique a empujar la vidad y a hacer mas manifiesta su capacidad de expansión y de gozo.
Al tiempo, en Amorebieta han tenido mucho disgusto porque no les han dejado homenajear a Pelopincho, un hombre que se dedicó al intento de liberar a su patria a base de explosivos, extorsiones y muerte. Han intentado celebrarlo quemando unos contenedores, machacando un teléfono público y dando gritos a favor y en contra. Luego me imagino que unos zuritos.
No puedo por menos que pensar que siempre ha habido clases.