Hace casi una semana, el jueves pasado, el otoño se instaló en la ciudad impar, pequeña ciudad, levítica, endogámica, y en otro tiempo plagada de constructores. Fue entre las seis de la tarde y a la noche con un viento frío y fuerte que trajo la nostalgia del futuro que precede a cada cambio. Nostalgia de tardes de lluvía leyendo, níscalos con patatas, algún viaje a los amarillos, y las dificultades emboscadas por los caminos. Cada vez da más dolor atraversar las épocas, cruzar los desiertos que nos va poniendo el tiempo, y es por eso que cada vez se vuelven más importantes los otros como compañeros selectos de destino. Nada tan inquietante, de tanta emoción, como saberse parecido a otro, eso que llaman almas gemelas. Las almas gemelas son la mejor compañía para deambular por las estaciones. Tiene ese aire secreto que le conviene a la intimidad y al buen gusto.
Las estaciones guardan el misterio de la repetición que es asunto de grandes. El resto busca moverse , cambiar, ir y venir. No estarse quieto. Las estaciones tiene las cuatro cosas necesarias para vivir, conocen el sentimiento machadiano de viajar ligeros de equipaje, casi desnudos, como los hijos de la mar , si recuerdo bien el verso.
Primavera, verano, otoño e invierno. He aquí el misterio.