Vengo de Cuenca de traer unos libros para la feria. Son ediciones del papelero Segundo Santos con quién trabajo desde hace mas de treinta años. El buque insignia. Lo mejor de lo mejor. A veces firmamos juntos, otras veces represento sus intereses y siempre hablamos de libros y del paso del tiempo, mientras bebemos un par de cervezas y yo me fumo unos cigarros. Las coplas de Jorge Manrique, San Juan de la Cruz , El cantar de los cantares, en la versión de Fray Luis, todo en papel de lino con yute y tipografía de una profesor extremeño que la recompone a partir de los textos originales. Ahora mismo no conozco nada mas hermoso.
También hemos hablado de Zóbel que era su maestro, de Gerardo Rueda, de Gustvo Torner, de Antonio Saura, de Pacheco, de Viola… Ante mi extrañeza de la mezcla y de la conmoción que debió suponer la aparición de Zobel entre ellos, me dijo:
» Eran gente elegante. De una educación antigua. Usaban de su elegancia para igualarse y así poder disentir, llegar a acuerdos, superar barreras, crecer y crecer juntos. Era la elegancia lo que les permitía trabajar juntos.»
Ya ven por donde. Lo que no parecía nada, lo que se suponía objeto de la batalla era la piedra angular del movimiento: la forma, la elegancia.
De la forma no debe claudicar el editor nunca. Con elegancia cada libro es otra cosa. Frente a la barbarie, forma. Frente al coro de los grillos, silencio. Un silencio monástico, profundo, frágil y nuestro. Un silencio que resalte tanto la torpeza, como el hilo del lenguaje.
A la mañana siguiente de nuestra conversación estuvimos dando una vuelta por el espacio de Torner del otra lado del puente de San Pablo y supe, al volver, que lo que habíamos hablado era cierto. A veces, pocas, me pasa con algún libro.