La enfermedad guarda una íntima relación con el desorden. Atrapados por la idea de un orden cósmico, una dulce unidad de las cosas, un viento conmovedor que cruza la identidad de lo humano, la enfermedad se presenta como la sospecha de que nada es cierto, que vivimos a la intemperie del garbí, sin abrigo alguno. La enfermedad, como el desorden, carece de significado, esa es la cuestión de fondo. Tiene además efectos secundarios:
Te permite no tener mas noticias de los hijos de las compañeras de trabajo.
Desaparece por una temporada larga el imperativo categorico.
La agenda de telefónos se limpia sola como cuando de desatasca la tuberia del vecino que nos estaba jodiendo.
Se ilumninan miniaturas cotidianas a las que no prestabamos atención alguna.
Se puede viajar en autobus sin necesidad de destino.
Se aprecia la importancia del diagnóstico; lo sustantivo por encima de la gestión del servicio.
Un rato de sol, un amanecer en invierno, un Johny Walker etiqueta negra, dos huevos fritos, un amigo, la salve de los trapenses y la apertura del Tanhausser, por ejemplo, toman su debida importancia.
La muerte, por fin, se persona como un precio justo.
Ya les digo, una mala enfermedad convie con la ventaja de conocer el valor del desorden necesario.