Me cuenta Olga, a cuyo cargo ha estado la edición, una anécdota del otro día cuando hablaron con Bono para reservar la fecha.
Siendo ministro, el de Albacete tuvo una visita a New York por algo relacionado con la OTAN. Al entrar al acto oye a un grupo hablando en catalán, pero se da cuenta que no le miran con la necesaria cercanía como para un encuentro. Finalizado el protocolo, y ya en el territorio de los corrillos, el ministro se acerca al grupito y les manifiesta su alegria por poder encontrarse con españoles.
— ¿Y como sabe usted que somos españoles ?, dicen.
— Porqué hablan en catalán. Si hablaran en castellano podrían haber sido argentinos, peruanos, bolivianos, contesta rápido el ministro.
Están en el sucedido los ingredientes básicos de la discusión autonómica. La especial riqueza de la suma de componentes de esta frágil y delicada España en la nos movemos. Las posibles ofensas espóntaneas a la identidad de cada cual, la presencia de nuestras dificultades. En fin, las cosas de la vida.
Las de la muerte para ellos. La miseria de los argumentos de la muerte. Su obscenidad. Su violencia soterradda y burda, para ellos. Con muerte, ya lo decía Unamuno, que discutan ellos.