Cuatro días de ocio entre piscina y caipiriñas, en un hotel de Brasil, fueron las tablas de su escenario para arrancar una primera novela, que comparte con la segunda el prototipo de ese personaje solo e introvertido que refleja la dificultad de relacionarse de quienes son creativos. Recuerda cómo su padre, “un pintor de domingo” aficionado a construirle en papel mundos fascinantes para jugar con las manos, lo llevaba al canal de Castilla y allí pasaban las horas entre acuarelas y pinceles; de ahí, quizás, su interés por la creación. Apasionado de la enseñanza y de la lectura, no encuentra fronteras entre la arquitectura y la literatura, dos mundos en los que se defiende a costa de trabajo e imaginación. En su ánimo destaca un entusiasmo que contagia, aunque no soporta el grado de burocratización de la existencia humana.