Como a los futbolistas y a los toreros, por ejemplo, a los editores hay mucha gente que tiene la manía de decirles lo que tienen que hacer, a mayores de lo que no, que ya sería suficiente. Suelen ser chorradas como la copa de un pino, pero las menos son cosas con sentido, puntos de vista razonables, pero que no cuadran, no son del oficio, y uno suspira pensando la imagen que da, tan cerrado al consejo de otro, consecuente y feliz si de una consulta odontológica se tratase.
Otra variante la forman el coro de grillos que hablan al editor siempre en clave literaria, siempre de libros( con facilidad de sus propios libros ) contándole presuntas historias literarias que podrían servir – dicen – para armar la gran novela si tuvieran tiempo.
Estos son los peores. Te van matando como a Esplá el toro y no hay manera de encontrar el momento para decirles que basta. Se acabó. Me voy al bosque y no pienso salir hasta que vuela el rey Ricardo.
Todo tiene su excepción, claro. La mía se llama Amparo. Somos amigos desde antes de que nos alcanzara el tiempo. Hemos visto morir y nacer a demasiados miembros de nuestras familias; hemos hablado de docenas de libros. Ella es mi mi mejor proveedora de novelas y aunque todo eso funciona generalmente de vez en cuando, y por teléfono, puede decirse que llegaremos hasta el final con la lealtad intacta. Ella si que me cuentan historias literarias, seguramente sin intención. Solo porque le gustan. Vean :
A mi amiga Amparo la operan del corazón este jueves. Para explicarle los síntomas tuvo que darle un ejemplo a su hermana enfermera:
Mira, Paz, le dijo. Es como si estuviera enamorada y sin saber de quién.
Pues eso. No se preocupen, ya les contaré como va la recuperación. Bien y sin dar guerra, como es ella, por supuesto.