Resulta que al final del viaje no había nadie esperando. Después de tanto aparecieron las cosas queridas, las que nos llevan directamente al corazón de los asuntos. Por seguir el listado de una gran señora portuguesa, las cosas menudas, un rostro humano, el canto de un pájaro, el silbido del tren en la lejanía. Los sobrenatural cotidiano, para entendernos. El mundo de lo prosaico que tan bien conocen los enfermos, las gentes que han vuelto a vivir que es una posibilidad tan rara como apasionante. Para mí los árboles representan mejor que nadie esos caminos secretos que nos conectan con la unidad, si somos capaces de estarnos quietos. Si digo encina y la veo, si digo pino, si digo higuera, estoy diciendo Extramura eterna, el Ampurdan, mi padre, besos adolescentes en la noche de Cuenca, ruidos del alma que yo solo oigo.
Si digo almendro en estos días me entra un temblor especialísimo porque están a punto, listos ya para el milagro anual que nunca falla. Para estrenar el tiempo, ya les digo que nada mejor que los almendros. Y vino de los montes de Toledo, claro.