Hace unos días enterramos a José Antonio Pizarro un autor que abrió con nosotros la colección de cosas del campo. «Donde ayer hubo rosas» era un texto muy bonito, una prosa poética de verdadero valor, que provenía de un hombre entregado a la literatura desde su larga experiencia de médico rural. Era un hombre cariñoso, cercano, con un montón de hijos encantadores y más nietos todavía. Lo mejor, desde luego, era su mujer que le llevaba en volandas por los asuntos de la vida para que el se dedicara a los suyo: fumar y escribir. Por ese orden. Nos visitábamos los veranos y hablábamos mucho. Llamadas por navidad, cumpleaños, asuntos de familia. Fuimos amigos con esa amistad de los viejos tiempos.
Un hijo suyo agradeció la presencia en el funeral y nos contó sus últimas palabras:
— te quiero mucho, le dijo a su mujer y se fue al poco.
Uno que ha pasado la vida señalando la importancia de que las personas sean queridas se encuentra ahora con que lo realmente importante es querer. Tener a alguién a quién querer. No querer a los chinitos sino a quién la vida nos pone delante. Querer para siempre. Día y noche, durante años. Pizarro lo sabía y lo dejo como aviso entre navegantes. Como el guitarrista de Camarón cuando murió su cantaor.
— ¿ Y ahora pa quién toco yo ? cuentan que dijo.
Los viudos guardan el secreto de la ausencia y lo cuentan poco. Habría que animarles.