No he visto citar en estos días un libro muy querido por Delibes, » Mi vida al aire libre «. Daba cuenta en él de sus consecutivas pasiones deportivas, del fútbol al tenis pasando, claro, por la bicicleta, y una conversación muy graciosa con Josep Plá a orillas de una campo de glof en tierras del Ampurdán.
Delibes fué en alguna época casi un forofo del Real Valladolid Deportivo en cuyo campo nuevo la descendencia soltó anoche una paloma blanca, en uno de los gestos con los que han pretendido llenar estos días de dolor y de silencio.
Para algunas personas el deporte – su práctica, su seguimiento, o su celebración – supone un algo de real importancia; una cuestión íntima y de carácter con la que defenderse de las ofensas de la vida. El deporte las va configurando en su biografía y acuden a él como a un oráculo cercano en quién depositar sus pesares y alegrías.
Delibes fue un deportista de raza, un sport-man íntegro y valiente que nunca dió una bola por perdida. Cuando se le acabaron las posibilidades deportivas, se le fué yendo la vida a chorros. Me consta.
Es una lástima que los periódicos del país y del mundo tampoco se hayan enterado del asunto. Son, desde luego, los más turbios del delicado momento que vivimos.