24 de noviembre de 2021

Hoy ha nevado. Todo el mundo (en la ciudad, y será lo mismo en otras) se envía fotos de la nevada por el móvil. Imágenes de su calle, de los alrededores del trabajo, del trayecto. Yo también mando una, de la palmera del patio del trabajo, con sus ramas cubiertas de blanco. Es contradictorio ver una palmera con nieve. Ya he recogido varias veces la frase de Gautier, la que gustó a García Baena con para ponerla de frontispicio en una de sus obras: «a la sombra de una palmera no se puede ser desgraciado». Sí, pero tiene que proyectar sombra, para eso. Y hacer calor, bastante calor; la pobre palmera ha de estar en su ambiente, no con ese aire de camello en el zoo de Londres, o de oso polar en Almería.

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Al taller de escritura viene una antigua compañera del instituto, A.M. Aquel año, el primero del antiguo bachiller superior, (solo un curso) fue quizá uno de los más felices de mi vida. Tuvo tal densidad que encontrarla fue como si hubiéramos dejado de hablar hacía un rato. Me di cuenta de que la quería fraternalmente, desde un fondo muy oscuro y ya apelmazado del pasado. Hubiera querido ponerme a hablar con ella de todos nuestros recuerdos, no de las materias del taller. Pero desenvolverlos también sería disolverlos en aire, ajarlos.
Además, me da apuro corregir sus trabajos del taller; se me hace raro, como si abusara de algo.
Cuando termina la reunión y se va por los pasillos me entra una pena que no puedo con ella.
Hemos hablado de una compañera común de entonces, B.G., y al recordarme ella su segundo apellido he podido enterarme en internet de que B.G., ya B.G.I., se había dedicado un tiempo a la pesca de perlas en el fondo del mar, y luego a la fotografía submarina, consiguiendo unos resultados espectaculares, como si compusiera cuadros abstractos llenos de un color y una energía inauditos. Cuánta densidad de vida, cuánta luz. Tanto exotismo posterior hay que superponerlo a unos recuerdos de instituto severo, a un invierno que se prolonga en la memoria, a una época que no hacía presagiar libertades y atrevimientos que luego esta B.G. (a la vista está o lo parece), sí tuvo. Atardeceres oscurecidos en el patio, profesorado agrio, juergas compensatorias; y al lado, ahora, imágenes de corales majestuosos, de peces imposibles, de azules más intensos que el cielo, de arenas en un fondo poco profundo e intensamente soleado. Con qué silencio está soleada esa arena en el fondo de un mar a un par de metros de la superficie. Ahí está oculto, esperándome, el relato de algo, que no sé qué es. Hay un contraste apabullante. Novelesco, sí, quizá ahí esté el problema o el fallo. Para manejarlo como nitroglicerina en las manos: la compañera de instituto, locuaz, atrevida, con ojos de Melina Mercuri, gran jugadora de balonmano, socarrona, de barrio adocenado, que luego fue pescadora de perlas y exploradora de océanos.